Esta entrada final voy a dedicarla a sostener la necesidad del advenimiento de la III República y a analizar las causas del fracaso de las dos experiencias republicanas, repartiendo yoyas tanto al desconcierto cantonalista como a las derecha accidentalista y a las izquierdas de retórica revolucionaria. ¡Susto! Que no, coño, que la cosa va del Balús. Les aviso a ustedes de que este último post me ha quedado bastante extenso y un pelín sombrío. Pueden ustedes ir leyéndolo por tramos, no leerlo, mirar sólo los dibujos que es lo que he hecho yo toda la vida, o esperar a que saquen la película ( si ya han visto «Yo soy la Juani» y «El pianista» de Polanski, tampoco esto será necesario).
Balús es una red que interconecta a los miembros de una especie de komitern épsilon dominado por los apparatchik del CCCP CPPP: Canis, Puticas, Pajilleros y Peluqueras. Yo estoy allí porque tengo un poco de todo ello. Allí haces un casting y obtienes un reclutamiento como para grabar veintiocho temporadas de El diario de Patricia y mano de obra para ocupar las cajas de todos los Eroskis desde Arrasate al otro confín. También hay un ratio de Sheylas (¿cómo coño se escribe eso?) y Vanessas (esto ya sí, así escrito, con dos eses) muy superior al obtenible en el registro civil. Asimismo, llama la atención lo extendida que está allí la confusión entre el «haber» y el «a ver», entre el «hay» y el «ahí», e incluso diría que entre el «ahí» y un bocata de chóped. Alguna vez, he llegado a pensar que los sátrapas que montaron esa red tenían en mente llevar a cabo algún tipo de oscuro objetivo inspirado en teorías social-darwinistas. Se trataría de ensanchar las brechas sociales mediante la promoción de la endogamia entre los canis y, de esta forma, indirectamente, galvanizar a los sectores alfa y beta de la población para que alumbren al Nuevo Superhombre del Futuro. O puede que el objetivo fuese justo el contrario: frustrar la llegada del Superhombre contaminando a estos segmentos sociales alfa y beta mediante la promoción de su cruce con los de categoría épsilon. Bueno, me imagino que, por encima de todo, los capos de esa red lo que quieren es hacer pasta, pero que no tienen idea buena, sea ésta la que sea, es cosa segura.
En cualquier caso, es una almadraba de maldad y perversión. No estoy hablando del mal con respecto a fines ni de conflictos teleológicos a resolver por lumbreras moralistas con cátedra universitaria. Yo hablo de ser peor que malo. Me refiero al pecado. A tener puro vicio. Estoy aludiendo a gente a la que le huele el ratón del ordenador como un plato de cáscaras de langostinos del día anterior. Yo hablo del tío ese que se frota las manos en el ascensor de su casa pensando: «jo,jo,jo qué paja me voy a hacer ahora mismo». De ése y no otro. Ése es el que lleva dentro a Satán.
-Estado del teclado de un usuario baluliano
Mientras, en esta ruleta rusa, me llega el momento de toparme con Maria Antonia Iglesias o cualquier otra que no te follas ni con la polla de otro, cuando esperaba ilusionado encontrar a Pilar Rubio, sin más preámbulo, aquí va mi friki-ranking baluliano:
1. Escarlata O´Hara.
Escarlata no es que fuera fea, pero tampoco era guapa. No le favorecía mucho ese corte de pelo a lo Calimero que bordea la delgada línea que separa a una parisina sofisticada y cool de una profesora de euskera afiliada a LAB que tifa por el feminismo cortapichas. Nos sentamos en la terraza de un bar y la tipa, entre vino y vino, no paró de darme la barrila desde el minuto uno con sus problemas con sus amigas. Intenté meter baza varias veces para cambiar de tema, pero ella me interrumpía constantemente. Creo que hasta llegué a ponerle mala cara. No sé si me habló de algo más porque al de unos minutos desconecté y me dio por concentrarme en el bocata de lomo que me iba a cenar después. Le dije que me tenía que largar y el breve camino que había entre el bar y el portal de su kelo, lo recorrimos echando un duelo de manos: ella intentaba coger la mía mientras yo, astutamente, en la corta distancia que nos separaba, hacía movimientos tácticos para evitar la suya. Creo que así inventamos una nueva modalidad deportiva entre la esgrima y el juego de piedra, papel o tijera. Al llegar al portal me invitó a subir pero decliné con diplomacia la oferta.-«¡Ponemos música y eso! ¡Y bailamos!»-. Sí, con tu puta madre, pensé. Fue en ese instante cuando ella se paró en seco y lanzó al cielo un lamento desgarrador: ¡Otra vez me vuelvo a casa borracha y soooola!. Ya sé que es como para descojonarse, pero entonces no pude saborear el momento tanto como a mí me hubiera gustado debido a esa ligera tensión que se siente cuando es uno, inopinadamente y no al revés, quien debe dar largas y hacer la chicuelina ¿Qué esperaba esa tía? ¿Que el firmamento se tiñese de un tono rojizo mientras arrojaba sus imprecaciones, para dar paso a un fundido en negro? Esa exclamación se me quedó grabada en la puta mollera con letras de mármol. No te jode, borracha y sola, dice. Como la mayoría de la gente que conozco y yo mismo. La historia de nuestra vida, al fin y al cabo, y nadie hace una tragedia griega de ello.
2. Cosica chiquitica, ¡ay, chiquitiiiica!
«Cosica chiquitica, ¡ay, chiquitiiiica!» era una tía pequeña pero muy guapa. Habíamos acordado una suerte de pacto no escrito mediante el cual definíamos nuestra relación en los términos de lo que podemos catalogar como folla-amiguismo. Sin embargo, había días en que «Cosica Chiquitica, ¡ay, chiquitiiica!», me ponía la puta cabeza como un bombo, pues lo suyo era abrir, sin darme yo ni cuenta, discusiones propias de una pareja convencional. Las discusiones se iniciaban por el motivo más absurdo que pueda uno imaginarse. Una vez, empezó a abroncarme porque, mientras hacíamos cola a la entrada de un museo, yo me eché a un lado para fumarme un piti junto a un cenicero que había en un extremo de la escalinata previa a la entrada. Por lo visto, había tomado la malvada decisión de alejarme de ella, de repudiarla, e incluso, de vomitarle en la cara. En su momento, yo no entendía absolutamente nada. Con el tiempo, he concluido que seguramente yo tendría mi parte de culpa por acción o, más probablemente, por omisión. Recuerdo una ocasión en la que, estando en su casa, ella empezó a abrir fuego con su táctica tocacojonera y le dije con aire de fatiga que no estaba de humor para una nueva batalla psicológica, que me largaba a mi casa. Entonces, se levantó del sofá como una centella y me cerró con llave la puerta. Tuve que salir de allí saltando por el balcón (no me hizo falta utilizar mi disfraz de Batman, ella vivía en un bajo). Otro día me amenazó con ir a mi portal y tocar los timbres hasta dar con el de mi puerta. Después de aquello, las veces que me han traído en coche, he optado por decir que me dejen en mi «nuevo portal», justo en la perpendicular a mi calle. Tenía tan interiorizada esta estrategia que un día que el colega Dr Bustínzaga me trajo a casa en coche, a punto estuve de decirle que me dejara en esa calle. Otra vez, mientras me desperazaba en la cama, me arreó un pisotón en el espinazo, aunque no recuerdo bien el motivo.
3. Alitas de pollo/la novia cadáver
Esta tía vivía en un pueblo de la Vizcaya profunda. Después de un poteo llegamos a su casa y al final llegó la hora de conocerse, bíblicamente hablando. Mientras la acariciaba pude notar que tenía el culo como un globo pinchado, y al llegar a las piernas empecé a pensar que se había metido dentro de la cama con unas muletas. Después se colocó a horcajadas sobre mí y llegó el horror. Con la habitación en penumbra, su cara, ligeramente iluminada por la blanca luz procedente de las farolas de la calle que penetraba por la persiana, era la más pura representación del terror. En ese momento, ella no podía contrarrestar el efecto con su anaranjada capa de dos centímetros de pote aplicada con el paint partner, ni con prendas holgadas. Sobre mí tenía a la novia cadáver. Mi jeto debía ser un poema porque ella empezó a preguntarme, mientras se señalaba a su propio cuerpo, si le estaba mirando tal o cual hueso. Para colmo, sus tetas operadas sobresalían de manera desagradablemente artifical formando unas extrañas arrugas sobre el esternón. Yo opino que las tetas operadas, la homeopatía, el Olentzero y el Premio Planeta, en realidad son los padres. Supongo que unos estudiantes de medicina podían haber dado unas clases de anatomía práctica allí mismo, pero yo, aunque no lo parezca, siempre he sido más de letras. Después la tía rompió a llorar y comenzó a relatarme una lista de experiencias traumáticas que invitaban a pasar un décimo de la lotería sobre el cogote de cualquier miembro del clan Kennedy. Al día siguiente, cuando me disponía a marcharme, tuve que retrasar mi partida porque a la tía de dio un ataque de ansiedad. La situación seguro que tendría tintes cómicos para un observador imparcial: yo quieto junto a la puerta con cara de gilipollas preguntando qué coño le pasaba, mientras ella corría de un lado para otro de la casa jadeando como un toro, buscando urgentemente una caja de pirulas. Al final, conseguí salir de allí y los días siguientes tuve que torear sus llamadas telefónicas, hasta que empezó a sospechar que quería olvidarme de ella. Lo último que me dijo fue que se había apuntado a un loquero. Imagino que quizá sus problemas no se resolvían solamente matriculándose en un euskaltegi para integrarse mejor en el pueblo, que fue lo que yo le recomendé que hiciera.
– «Ponte cómodo chato, que en cuanto limpie la raba que he dejado en el baño, te voy a dar p´al pelo»
LA NOVIA CADÁVER EN OTRA DE SUS CITAS
– «¿Y qué te gustaría hacer después de cenar, guapa? ¿Una copa, ir a bailar…?»
-«Bueno, yo soy de costumbres fijas, yo es que soy más de echar una buena pota»
4. Minipimer
Esta tipa era más o menos normal, casi en el sentido insultante que puede otorgarse a esta palabra. Lo más destacable de ella es que gastaba maneras de maruja prematura y que solía llamarme «cari», como las mariliendres se dirigen a sus amigos homosexuales y como suelen hacer las camareras de pub con aires de diva (a menudo, estas dos personalidades coinciden). Ya que sale este tema, tengo que decir que a mí, si fuera un sodomita, me molestaría bastante que me tratasen de esa forma, como si fuera un niño pequeño, un retrasado mental o un puto oso de peluche. Esto a mí no me parece tan diferente del modo condescendiente con el que parte de la progresía blanca americana viene tratando a los negros, y que en realidad delata que aquellos siguen viendo en estos unos bichos raros, por mucho que intenten así lavar sus conciencias. Todo el mundo sabe que hay que dejar a los negros en paz, a su bola, porque si no te arriegas a que te den una barrila del copón.
Una vez, Minipimer me llamó por teléfono para concretar una cita y al inicio de la conversación le pregunté, inocente de mí, si estaba en la cocina preparándose un batido, ya que podía escuchar una especie de traqueteo como ruido de fondo. Ella me aclaró que no, que estaba jugando con el único juguete que, contraviniendo el lema publicitario de Toys`R`us, sí existe realmente pero jamás encontrarás en esa tienda (you know what i mean). También me advirtió que si oía algo distante su voz, era porque no podía sujetar el teléfono y debía usar las dos manos para sostener el trasto, pues al parecer, de otra manera, las pilas se le caían al haber jodido la carcasa ( a saber cómo). Bueno, bienvenidos sean la tecnología y el progreso, pero tuve que decirle que ahorrase energía humana y eléctrica y esperase a la cita, que a mí me había pillado escuchando la Cope.
5. Oin ta erdi
A Oin ta erdi le faltaba medio pie, y esa carencia le había afectado a la chola. Me invitó a pasar unos días en su ciudad, y allí viví una experiencia horrible, mi pequeño Treblinka. Voy a contar esa aventura con gruesos trazos, de forma chapucera, aunque con ello sacrifique un buen relato ajustado a la magnitud del infierno que yo atravesé. Pasé frío, hambre , soledad y terror a partes iguales. Resulta que la tipa se había echado novio (entonces ¿qué coño pintaba yo allí?), pero me avisó cuando ya había llegado a su ciudad (obviamente, que te inviten a pasar unos días no quiere decir nada, pero garantizo que el contexto dejaba las cosas bastante claras). Oin ta erdi era una tipa que se mantenía a base de un estricto régimen de colacao y madalenas de la marca Hacendado (al menos, un día pude disfrutar de la dieta rica en grasaza en casa de su amiga Urtain, otro bautismo de oro del camarada TovAritz, y que, como ya imaginaréis, hace referencia a que su amiga era más bien todo lo contrario a una esbelta atleta del equipo ruso de gimnasia rítmica aficionada a tocar el chelo, a la literatura de Proust y a las pelis de Cocteau ); que tenía, entre otros, un trastorno que le impelía a hacer compras compulsivamente, de modo que debía unas cantidades astronómicas a los comercios de varias ciudades, deudas que su papi le estaba ayudando a apoquinar; que tenía cuenta en feisbus, maispéis, balús, tuentis, tuister, y seguro que también en fluflus, ñuflis, puplis y champlis (aunque estos sitios no existan, fijo que ella ya ha abierto allí su cuenta); que mantenía discusiones absurdas y rebeldewayeras con su amiga Urtain, que lo mismo culminaban con un: «¡Pues agrego a Pitikli a mi tuentis porque quiero!»; que confesaba amar a su ordenador más que a cualquier otra persona en el mundo (así, literalmente, de hecho se llevaba el ordenata de paseo y se enchufaba a él hasta cuando iba de visita a casa de sus amigas, parecía el amigo ese de Charlie Brown que va siempre arrastrando una puta manta); que para disimular su cojera sólo salía de casa para conducir el coche, aunque fuera sólo a comprar el pan (en realidad no compraba nunca el pan, pero sí, muy bonita la ciudad desde la ventanilla del carro aquel día, sí, el resto del tiempo prácticamente me lo pasé encerrado en su casa exceptuando algún voltio solitario por el barrio, que dos novelacas me tragué durante mi estancia); que cuchicheaba con su novio por teléfono cosas en clave, mientras yo me hacía el dormido e imaginaba que estaban urdiendo alguna siniestra trama para desollarme, quitarme el dinero o ambas cosas (sí, inexplicablemente, yo compartía piltra con ella); que se piraba de casa avisándome de que volvía en un momentillo, pero luego regresaba al de horas sin que yo supiera exactamente qué cojones tenía que hacer (vale, que haga lo que quiera, pero si iba a tardar cinco horas en regresar, no habría estado de más saberlo)…
Bueno, todo lo anterior me ha vuelto a quedar como un poema de Gingsberg, pero es que necesitaría horas y una blogñiga entera para narrar las cosas debidamente y al detalle. En fin, que como no sabía qué cojones pintaba yo allí, la paranoia se apoderó de mi cerebro espongiforme y llegué a considerar, muy seriamente, la posibilidad de que quisiera darme el palo. Sin embargo, si eso era lo que había, pensé que ahí debía aguantar yo para demostrar que estaba todavía más tarado que ella. Duelo de chalados. ¡ Festival de tarados!. Con dos cojones. A primera hora, cuando me iba a duchar, tomaba la precaución de meterme en el baño con el dinero y la tarjeta por si toda su estrategia se basaba en desplumarme aprovechando esos despistes. Debido al estrés y el frío que soporté esos días, me salió en el labio una pupa de un tamaño que no recordaba desde mis tiempos de exámenes en la universidad. Al final, la pesadilla terminó, llegué a Bilbao, comprobé que nada faltaba en mi maleta y besé el suelo. Esto último no es un tropo ni ninguna otra figura literaria, es que realmente besé el suelo. Es más, de buena gana hubiera empezado a tener sexo con las mismas baldosas o con el cajero BBK de la estación de Termibús, si no llega a haber tanta gente alrededor (y digo gente y no la gentuza que merodea por allí siempre, que no se merece ningún decoro). Terminado aquel infierno, durante varios meses, casi un año, me estuvo llamando por cada uno de sus cojoscientos números de teléfono. Ésta sí que tardó algo más en olerse que antes aceptaría un cobro revertido de Curry Valenzuela desde Kiribati.
-«Correcto. Aguarda ahí, majetón, que te voy a dar lo tuyo y lo de tu primo»
– Oin ta erdi dándose un chapuzón en el polideportivo
– Oin ta erdi arreglando la antena de televisión
De todas formas, tampoco las cosas mejoran mucho en el mundo real, porque aquí fue donde conocí a aquella exprostituta borderline que me arrastró a una espiral de locurón, desorden, aislamiento, falta de higiene, habitación sin ventanas, chucho merodeante que dejaba chorongos por la casa, y que finalmente devino en psicopatía, manipulaciones, acosos telefónicos y otras cosas que mejor no recordar. Últimamente, parece que se ha dado algún paseo por los platós de la tele. Leer a Nietzsche puede ser muy entretenido, pero ponte a temblar como te cruces con alguien que es todo voluntad y apetito de poder.
– «el horror, el horror…» .
Mira Kurtz, además de un pelmazo, eres un puto lila. Tú lo que estás es chocho.
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AGUR
Como ya ha pasado el plazo de treinta días, abandono esta nave a su suerte. Se trataba de contar pequeñas chorradas que no importan a nadie, sazonarlas con el toque de la casa, y presentarlas potenciando mi tendencia a utilizar una caótica sintaxis que combina la de un auto de Garzón y la de un subproducto de la LOGSE. Muchas gracias a los que han tenido a bien pasarse alguna vez por aquí. Si a ustedes les ha divertido esta blogñiga, háganselo mirar. ¡Un saludo, primos!