4. LA VENGANZA DE MURCIAZUMA

La entrada de hoy se la dedico a mi hermana, que va a cumplir cuarenta springs. Mi hermana es la tía más guapa de todo Bilbao pero paso de intentar nada con ella,  primero porque es mi hermana y segundo porque además no estamos en Texas. Es una tipa extraña que tiene miedo a dos cosas fundamentalmente : a caminar cerca de un viejales  por una calle poco transitada porque tiene pánico a que le dé un yuyu y tenga que verse en la obligación de  auxiliarle, y también a cruzarse con gente que conoce porque, como no ve tres en un burro,  le da un palo terrible que  piensen que es una borde por no saludar. Hace poco  coincidió mi hermana con mi amigo G. «Papito» en la habitación de la clínica y desde entonces le tiene un miedo atroz. 
Yo la quiero mucho, aunque sea un pelín bicho. A mi sobrino  el mayor creo que lo ha traumatizado. Cuando éste tenía unos cinco años, mi hermana, su propia madre, le contaba que ella tenía que irse a otra casa a pasar unos días para  atender a otra familia paralela, que a ver qué se había pensado,  que tenía  otro marido e hijos a los que prestar atención. Las caras que ponía el pobre chaval. Es cierto que yo colaboraba  un poquito y le metía el miedo en el cuerpo al niño contándole que le quedaban los últimos días en la familia porque, cosas del gobierno, al cumplir los cuatro o cinco  debía abandonarnos obligatoriamente para encontrar acomodo en otro hogar. También me daba por insultar al pobre crío chillándole que era un  sectario y un masón. Además, me descojonaba de sus orejas desplegadas y cuando me dejaban con él a solas y me aburría, jugaba a colocarle detrás de cada una unos cuantos trujas, como quien hace castillitos de naipes, para comprobar cuántos cigarros era capaz de montar. El que inventó aquel juguete antitembleques del burro Tozudo seguro que era otro hijo de puta, debió inspirarse en algo parecido. Como no he tenido hermanos pequeños me tomaba la venganza con él. Con el otro, el  pequeño, no se puede hacer nada de esto porque es un asilvestrado cabrón con pintas. 
Con mi hermana me lo pasaba pipa de pequeño, aunque me hiciese las típicas putadas de manual de los hermanos mayores, como inmovilizarme sobre suelo  para poder torturarme a gusto  dejando  caer poco a poco sobre mi cara, un hilo asqueroso y denso  de  baba  convenientemente fabricada después de haberse comido un plátano o unas onzas de chocolate. Una vez me hizo esa misma  jugarreta y le rogué que me soltara, que tenía que ir urgentemente al baño, pero como ella no quiso creerme, del desesperado «me meo, por favor, que me meo» pasé al resignado «joooo, me he meado». No todo es maldad en mi hermana. Una vez,  para compensar una apuesta que había perdido con ella, le propuse jugar a un juego de cartas que yo mismo había inventado previamente: » Cuarenta y coge». Como pensaba que las tenía todas conmigo,  hice una apuesta arriesgada. Me atreví a convenir  con ella que el que perdiese se tenía que dejar inflar el culo con una  bomba de hinchar ruedas de bici que teníamos guardada en un cajón. Si seré gilipollas que,  a pesar de haberme inventado el juego, de haber ido añadiendo, quitando y cambiando normas a mi gusto improvisadamente durante el transcurso de la partida,  perdí. Bueno, pues en un alarde de generosidad, ella no se cobró aquella  apuesta. Sin embargo,  alguna vez que otra, hasta hace poco incluso, ella me recuerda mi deuda pendiente.
Salimos del hotel a la mañana siguiente y nos metimos en el coche, pero el botones «Risa floja» venía siguiéndonos. Joe empezó a maniobrar para incorporar el coche a la carretera. Le pregunté, tronchándome,  por qué venía «Risa floja» acechando al otro lado de su puerta si ya habíamos pagado todo. Como siempre, yo  no entendía nada. Joe, sin embargo, sí que lo había entendido perfectamente y, como buen solchaguista,  sabía bien lo que se hacía:  estaba ninguneando al puto «Risa floja» con maestría torera. Mientras  subía  la ventanilla y miraba hacia atrás para desaparcar  el carro, me explicó, aguantándose la risa,  que seguramente venía por su propina.  Probablemente el pesado de «Risa floja» presumía que éramos un par de maricas  con pasta dispuestos a aflojar el bolsillo, pero había topado en hueso porque nosotros no creemos en propinas  Así pusimos rumbo a Murcía. ¡Qué hermosa eres, cacho puta!
Yo llevaba ya años riéndome  del acento murciano a cuenta de los vídeos de  Muchachada nui. Una semana tras otra la pasamos con el «hottia, piho, wevah» por aquí y con el » no sabah» por allá, en la boca. Pues bien,  llegamos a Murcia, estacionamos el coche  donde suelen hacerlo los paletos y otrora lo hacían los etarras , en el parking de El Corte Inglés, y nos dimos un voltio  por la ciudad. Aquello era como un  gigantesco parque temático del chiste, las dependientas de la oficina de turismo, la gente por la calle… ¡En Murcia todo el mundo hablaba con acento murciano! Si es que con eso, por mucho que las instituciones se pongan tirando de presupuesto,  es imposible competir.  Después de un rute  turístico estuvimos buscando un sitio para comer. Dimos unas cuantas vueltas indecisos, desechamos una oferta de lentejas y cerveza por 4 ó 5 lereles (sin acento murciano, que es como  yo leo sus carteles, no como los leén ellos) y finalmente caímos en la pérfida trampa murciana. Todo comenzó cuando  un transeúnte nos recomendó un self-service situado a unas calles de la catedral. Doblamos una esquina y un señor, a la puerta del restaurante, nos sedujo con su refinada estrategia de ingeniería mercadotécnica: una oferta gratuita  de croquetas y zuritos.-«¡Eh, cojáh sin miedah  una cocreta y selvesa que vai´ntráh como rayaaaah!»-. Así  fue como caímos en el sutil enredo murciano:  cogimos de una bandeja que había sobre una mesa junto a la puerta una croqueta y un zurito y entramos en el self-service. Lo tenían todo perfectamente organizado, es posible que incluso aquel aparentemente inocente transeúnte estuviera  implicado en esta  perspicaz argucia. Ríete tú de la trama de Hostel. A mitad de la comida,  el camarero, con aviesas intenciones que en ese momento no alcancé a  captar,  se acercó a nuestra mesa para preguntarnos :» ¿tai comiendah bian shicah?». Joe, que domina cuatro idiomas pero que de murciano anda justillo, me preguntó erradamente por qué nos había llamado chicas el camarero y tuve que traducírselo al castellano. También le instruí con unos términos básicos pero suficientes para desenvolverse por Murcia ( «traaaah», «cuatraaaah», «sincaah», «saaaaai», «eurah», «¿sabah?» etc)   Terminamos de comer y al de unas horas empecé a sentirme fatal de lo mío. No era más que un preludio, ya que los dos o tres días siguientes me los pasé con el ojal como la cafetera del Stabucks. . Así, sospecho,  comenzaron unos achaques que se agravaron en los meses siguientes y que me condujeron finalmente  al quirófano por enésima vez. Después, con más calma,  concluimos que la trampa debía estar en esa tortilla color amarillo parchís que Joe, con buen juicio y a pesar de ser un gran tortillero, había decidido  no probar.
Sin embargo, tengo que decir que yo no les guardo rencor a los murcianos, siempre he asumido como justa y razonable  su venganza. Las gallinas que entran por las que salen, que suele decirse.
 -Vídeo de Muchachada nui con un mix de Mundo viejunos en el que salen murcianos. Ten cuidado si te descojonas con esto. No recibirás una inquietante  llamada teléfonica  a tu casa como preludio de una muerte segura, pero al lorete con visitar Murcia.  
 PD: es por chorradas como  ésta, que decimos «correcto» y es por chorradas como ésta, que decimos «primo». ¡Correcto, primo!
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